Sobre la Ineficacia de los Supuestos Medicamentos Genéricos y otras Mentiras de los Sabios de la Academia

 

Es de público conocimiento que el DNU y el paquete de leyes que impulsa la nueva administración ha provocado polémicas, controversias y mucha resistencia, es lógico que esto suceda cuando se tocan intereses, o cuando se vulneran derechos, y me parece que está claro que muchos quieren hacer ver sus intereses o privilegios como derechos. Y entre estas leyes, a la que me quiero referir es a la ley que trata la prescripción de medicamentos por el nombre de la droga y no por la marca comercial.  

Lo primero que me viene a la mente es el recuerdo de 3 hechos pasados relacionados, dos de los cuales me involucran directamente, y que en orden cronológico son: 1) Allá por el año 1991 o 1992 se había empezado hablar de la cuestión de recetar por nombre de la droga (en Argentina una y otra vez volvemos sobre los mismos temas). Había un programa político muy visto, con un rating impensado para estos días, llamado Tiempo Nuevo, los que pasan los 50 años seguro lo recuerdan. Su conductor, Bernardo Neustadt, convocó a 4 médicos reconocidos (quizás el más conocido de todos en ese momento era el Dr. Eduardo Lorenzo Borocotó), para tratar el tema. Pero Neustadt no armó un debate con voces a favor y voces en contra, sino que sus cuatro invitados atacaron duramente la propuesta de recetar por nombre de la droga, lo hicieron con argumentos banales y muy poco serios, al punto que uno de ellos llegó a decir que en pediatría los médicos recetaban a menudo un medicamento (dio el nombre comercial) que contenía un corticoide, un antibiótico y un antimicótico, pero que si le preguntaban a él o a cualquier médico cual era el corticoide, el antibiótico  y el antimicótico no se lo acordaban. Desde el punto de vista del uso racional de los fármacos esto es una completa aberración, pero a nadie le llamó la atención, excepto a quien esto escribe quien, junto con una colega y amiga, la Dra. Alejandra Luraghi, decidimos escribirle una carta al conductor del programa refutando cada punto que sus invitados habían argumentado. Obviamente que Neustadt nunca leyó la carta al aire, no le interesaba el debate. Enviamos cartas a otros dos programas políticos y tampoco obtuvimos respuesta. Algunos recordarán que la presentación de los auspiciantes del programa decía “estas empresas a las que les interesa el país presentan Tiempo Nuevo”, entre esas empresas interesadas había algunos de los más importantes laboratorios farmacéuticos de capitales nacionales. 2) Pocos años después, a mediados de los noventa, se comenzaba a debatir la Ley de Patentes y otra vez volvía a estar sobre el tapete el tema de los medicamentos de marca y los genéricos, quiso el destino que me tocará reunirme en el Congreso con un grupo de asesores de los diputados de una nueva fuerza política de entonces para tratar de ponerlos un poco en tema ya que no tenían mucha idea al respecto. Poco después se promulgaba la ley a la que me voy a referir más adelante. 3) Ya más cerca en el tiempo, todo este debate me trajo el recuerdo de cuando en plena pandemia empezaban a aprobarse las primeras vacunas y había mucha gente que unos días atrás no tenían idea lo que era un ensayo clínico, pero de repente se habían vuelto especialistas en fase 3, fase 4 y cualquier otra fase que le pusieran delante. Ahora escucho por todos lados especialistas en medicamentos genéricos que no son profesionales, pero te hablan de biodisponibilidad o bioequivalencia como si entendieran algo. Pero este no es el mayor problema, lo grave es cuando se escuchan a algunos profesionales que parece que el capítulo de farmacocinética se lo saltearon, o peor aún, algunos profesionales cuando prescriben parece que lo que se saltearon fue la materia completa farmacología, o la tienen muy olvidada y prefieren recetar en base a lo que les sugiere “el valija” (nombre con el que en la jerga farmacéutica se le conoce al visitador médico).

   Pero la cuestión principal que me movió a escribir estas líneas, es que apenas se conoció el proyecto de ley, especialmente por el art. 266 que dice: toda receta o prescripción deberá efectuarse en forma obligatoria expresando exclusivamente el nombre genérico del medicamento o denominación común internacional que se indique seguida de forma farmacéutica dosis/unidad con detalle del grado de concentración”, la Academia Nacional de Medicina y otras asociaciones médicas se expresaron en contra de esta ley, y algunos médicos mediáticos también mostraron su desacuerdo. Como algunos simpatizantes con la medida argumentaron que los médicos estaban en desacuerdo porque en realidad estaban entongados con los laboratorios, un conocido médico que participa en programas en Radio Rivadavia y La Nación +, el Dr. Claudio Zin, dijo indignado que en vez de injuriar así había que escuchar a quienes llamó “los viejos sabios de la Academia”, dando a entender que no había posibilidad alguna de interés económico sino que se manifestaban en contra porque su sapiencia y experiencia les hacía ver que el cambio propuesto en la ley era perjudicial para la salud pública.

Y ahora sí me meto de lleno en el tema. Lo primero que hay que aclarar porque veo que hay muchos muy confundidos, es que en Argentina casi no existen medicamentos genéricos, porque para que haya un medicamento genérico tiene que haber un medicamento original y para eso primero tiene que haber una ley de patentes, que en nuestro país existe pero prácticamente no se aplica, en Argentina lo que hay en materia de medicamentos son copias, algunas con marcas y otras con nombre de la droga seguida del nombre del laboratorio que fabrica el medicamento, pero ambas son copias y no originales. Por eso la ley habla de recetar por nombre genérico de la droga, que es distinto a recetar un genérico. Veamos esto de las patentes un poco más en detalle.

 La Ley de Patentes N° 111, a través de su art. 4, estableció que las composiciones farmacéuticas no serían susceptibles de patentamiento, pero dicha ley fue sancionada en 1864, y en esa época el concepto de “composición farmacéutica” se encontraba ligado a las mezclas o formulaciones medicamentosas que contenían principios activos de origen natural, fueran éstos de naturaleza orgánica o inorgánica y de constitución conocida o desconocida. Por eso algunos opinan que se interpretó erróneamente como comprensiva de los compuestos farmacéuticos de síntesis, y otros interpretan que el art. 4 de la Ley N° 111 contradijo lo expresado por los arts. 17 y 28 de la Constitución Nacional (todo inventor es propietario exclusivo de su invento / los principios, garantías y derechos constitucionales no podrán ser alterados por las leyes que reglamenten su ejercicio), como sea, la Ley N° 111 mantuvo su vigencia durante más de 130 años hasta la sanción de la nueva Ley de Patente N° 24.481, la cual entró en vigencia el 29 de septiembre de 1995, favoreciendo de este modo y hasta la sanción de la  nueva ley, el crecimiento de una próspera industria farmacéutica de copia, en virtud de la posibilidad de imitar medicamentos probadamente exitosos y desprotegidos de patentes nacionales, sin el estímulo necesario para desarrollarse en el campo adicional de la investigación. Por esta razón los laboratorios farmacéuticos nacionales siempre se opusieron fuertemente a la sanción de la Ley de Patentes. Fue entonces a fines del siglo XX que en la Argentina empezaron a otorgarse patentes sobre principios activos farmacéuticos. Esto obviamente benefició a los laboratorios extranjeros, pero a finales de la década del 2000 los laboratorios farmacéuticos nacionales se vieron nuevamente beneficiados puesto que las autoridades del Instituto Nacional de Protección Industrial (INPI) modificaron la interpretación de los requisitos de patentabilidad, adoptando nuevamente criterios limitantes, incluso notablemente más restrictivos que los aplicados durante la vigencia de la Ley 111 al afectar ahora al conjunto de los productos farmacéuticos patentables, y que además se aplicaría con retroactividad a las solicitudes en trámite. Esta es la razón por la cual en Argentina hay muy pocos medicamentos originales, que son los medicamentos cuyos principios activos han sido inventados, investigados y desarrollados por un laboratorio para tratar la patología para la cual se aprobó su uso y hay una patente que protege al laboratorio de que otros comercialicen copias no autorizadas. Y aquí surge el concepto de medicamento genérico, toda especialidad medicinal cuyo principio activo, forma farmacéutica, dosis y forma de administración es idéntica a otra innovadora aprobada por la entidad regulatoria y cuya eficacia y seguridad han sido debidamente establecidas. Los medicamentos genéricos salen al mercado una vez caducada la patente del fármaco original. La especialidad farmacéutica genérica ha de mostrar la bioequivalencia terapéutica con la especialidad de referencia mediante los correspondientes estudios de bioequivalencia, para garantizar que son intercambiables entre sí (que la respuesta terapéutica a los dos fármacos sea equivalente). Se define la bioequivalencia como la intercambiabilidad de dos especialidades farmacéuticas que tienen el mismo principio activo y biodisponibilidad equivalente. Esta definición nos conduce a la de biodisponibilidad, que hace referencia a la cantidad de fármaco que llega en forma activa a la circulación sistémica y la velocidad a la que accede a ésta, es decir, la fracción de medicamento capaz de llegar al lugar de acción. Depende de las características fisicoquímicas del principio activo, de los excipientes, del proceso de fabricación y de la conservación de la forma farmacéutica, y también de las características intrínsecas al individuo, como la motilidad intestinal o el pH gástrico. Cualquier modificación en alguno de estos factores puede alterar tanto la cantidad total de principio activo absorbido como la velocidad a la que se absorbe. Si el fármaco se absorbe en mayor cantidad o más rápidamente puede alcanzar niveles tóxicos. Y si el grado de absorción es menor o más lento puede no alcanzar respuesta terapéutica. La biodisponibilidad es la velocidad y cantidad con que un principio activo alcanza el sitio de acción (disponibilidad biológica). Ocurre que, clínicamente es imposible determinar la cantidad de principio activo en el sitio de acción. Se sabe que la concentración de una droga en la biofase (sitio de acción) es proporcional a la concentración de principio activo en la circulación sistémica, de allí que surge el concepto "operativo" de biodisponibilidad: velocidad y cantidad con que un principio activo, liberado desde una forma farmacéutica, alcanza la circulación sistémica (OMS/OPS, 1999; Iannantuono y Tessler, 1994).  Los primeros que utilizaron los estudios de bioequivalencia fueron los propios laboratorios farmacéuticos, ya que en la mayoría de las ocasiones el proceso de investigación y desarrollo de un producto original requiere de estos estudios para avalar la especialidad que está en el mercado. Estos estudios son llevados a cabo por el elaborador original del producto durante la Fase I de la Farmacología Clínica y se realizan con y sin alimentos, con el objeto de observar la influencia del alimento en la absorción del medicamento.

Cuando un nuevo producto original es investigado por primera vez, normalmente inicia una larga sucesión de pruebas preclínicas, ensayos clínicos y desarrollo galénico que permitirán concluir cuáles son las condiciones concretas de administración, sobre qué población ese producto es eficaz y cuál es la formulación con la cual se comercializará. Otra aplicación de los estudios de bioequivalencia como herramienta en evaluación reside en la autorización de lo que en el ámbito regulador se conoce como «extensiones de línea», es decir, sucesivas formas farmacéuticas o sucesivas dosis de un medicamento que ya está en el mercado.

Normalmente la primera autorización de un producto con un principio activo nuevo es para una forma farmacéutica sencilla, como comprimidos o cápsulas para administración por vía oral. Si posteriormente el laboratorio quiere comercializar otra forma farmacéutica distinta (por ejemplo, un jarabe), es lógico que no repita los ensayos de eficacia, sino que simplemente tenga que demostrar que con la nueva forma farmacéutica se obtienen los mismos niveles plasmáticos que con los comprimidos o cápsulas comercializados. De la misma manera, si la pauta autorizada incluye la toma de, por ejemplo, dos comprimidos juntos, es normal que posteriormente se pretenda registrar un comprimido con el doble de dosis y simplemente se tenga que demostrar que los niveles plasmáticos que se obtienen son los mismos. En ambas situaciones el médico tendrá la seguridad de que está administrando la misma cantidad de medicamento al paciente y la elección de uno u otro dependerá de sus preferencias o de las características del paciente.

También puede suceder que al modificar la dosis o la forma farmacéutica la composición en excipientes no sea la misma (tamaño excesivo, motivos tecnológicos). De nuevo la demostración de la bioequivalencia es indispensable para garantizar que los medicamentos son intercambiables. De todo esto podemos concluir que los estudios de bioequivalencia no se han desarrollado exclusivamente como una herramienta para comercializar medicamentos genéricos.  

En la Argentina, la exigencia de bioequivalencia para las especialidades medicinales surge a partir de la Disposición 3185 de la A.N.M.A.T., que entra en vigor en el año 1999, y establece la exigencia de demostración de bioequivalencia para principios activos de alto riesgo sanitario. En años posteriores, se incorporaron una serie de normativas que extienden la obligatoriedad de bioequivalencia para principios activos como antirretrovirales, inmunosupresores, medicación psiquiátrica, y algunos otros fármacos que presentan características biofarmacéuticas especiales. En la actualidad, en nuestro país, y luego de casi 25 años de la primer Disposición; se exigen pruebas de bioequivalencia, solamente para unos 50 principios activos y aproximadamente sólo existen 300 especialidades medicinales en el mercado con Bioequivalencia declarada.

 O sea, cuando los médicos dicen que los genéricos no tienen hechas las pruebas de bioequivalencia están diciendo una verdad a medias, primero porque confunden medicamento original o medicamento de referencia con medicamento de marca, y segundo porque son muy pocos los medicamentos con estudios de bioequivalencia realizados ya sean de laboratorios importantes o de laboratorios más pequeños. Y como al participar de foros médicos veo que hay profesionales que no tienen idea de cuáles son los medicamentos con estudios de biodisponibilidad realizados, aquí les dejo el enlace donde pueden consultarlos:

https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/listado_completo_de_ptos_con_be_aprobada_octubre_2022.pdf

Y el link para consultar toda la normativa ANMAT al respecto desde que entró en vigencia en 1999 hasta la fecha:

anmat_normativas_bd_be_enero_2024.pdf (argentina.gob.ar)

 

   Si leyéramos información sobre genéricos de la FDA (les dejo el enlace a aquellos interesados: Medicamentos Genéricos: Preguntas y Respuestas | FDA ) veríamos que hablan de medicamentos de marca, pero en USA y en otros países medicamento de marca es sinónimo de medicamento original, no solo se trata de un registro de nombre comercial sino también de la propiedad intelectual sobre todo el desarrollo del medicamento, en Argentina, en la mayoría de los casos, la marca solo es un registro del nombre comercial. Entonces lo que hace un médico cuando aconseja una marca es guiarse por su experiencia clínica con esa marca (lo cual es muy válido y atendible) o por la confianza que le inspira un determinado laboratorio, pero en la mayoría de los casos no tiene elementos para considerar que una marca es mejor que otra. También es importante remarcar que la industria farmacéutica nacional es de gran jerarquía, elabora en su conjunto medicamentos de alta calidad y además existen relativamente muy pocos reportes de desvíos de calidad en el Sistema Nacional de Farmacovigilancia, y menos aún son los casos comprobados, que además a veces son productos elaborados por laboratorios de primera línea. Aunque el último informe actualizado es del 2016, digamos que llevan un poco de atraso para subir la información, la cual la encuentran en el siguiente enlace: farmacovigilancia-informe_2016.pdf (argentina.gob.ar). En este mismo sentido debo decir que si efectivamente, como plantean las asociaciones médicas, hubiera medicamentos inseguros en el mercado argentino, el tema no se soluciona con permitir que los médicos prescriban sugiriendo una marca, el problema grave y de fondo sería que el estado no estaría controlando como se debe y/o que los profesionales no estarían denunciando debidamente los casos de desvíos de calidad que detectan, por lo tanto las asociaciones médicas deberían haber alzado la voz hace mucho tiempo, sin embargo, nunca los escuché. Y atención, es muy posible y hasta probable que el estado no cumpla con todas las funciones de control que le corresponden en todo lo referente a políticas de medicamentos, pero eso se soluciona logrando que el Estado haga su trabajo.

   Ahora veamos otras cuestiones que me hacen dudar sobre los verdaderos motivos por los cuales las asociaciones médicas se pusieron en alerta. Que sucede con los pacientes que se atienden en instituciones (hospitales, clínicas, sanatorios, etc.), es bien sabido que las instituciones licitan las compras de medicamentos por precio, y que el médico que atiende en la institución prescribe pero el paciente recibe la marca que el centro de salud tenga disponible, ¿por qué entonces en esos casos nadie se queja?, ¿será que un medicamento puede ser inseguro si lo elige un paciente o lo sugiere un farmacéutico pero se transforma automáticamente en un medicamento confiable si lo administran en un hospital? Tal vez algún viejo sabio de la Academia tenga la respuesta.

   Otro punto sobre el que insisten muchos que atacan la norma es que siendo la prescripción un acto exclusivamente médico y que si el médico indica una marca lo hace según su experiencia y conocimiento, no se puede permitir que un empleado de farmacia tome la decisión de cambiar una marca por otra basándose solamente en el precio. Al decir esto parece que olvidan que en la farmacia debe haber presente un farmacéutico y que la ley 25649, sancionada el 28 de agosto de 2002 dice en su art. 2: “El farmacéutico, debidamente autorizado por la autoridad competente, es el único responsable y capacitado para la debida dispensa de especialidades farmacéuticas, como así también para su sustitución. En este último caso deberá suscribir la autorización de sustitución en la prescripción. La libertad de prescripción y de dispensa está garantizada por la elección del principio activo y no sobre especialidades de referencia o de marca.” El sistema de sustitución lleva más de dos décadas funcionando y parece que no ha habido serios problemas. Y creo que cabe agregar que, si bien el médico es el único autorizado a prescribir medicamentos, porque la ley así lo indica, el farmacéutico es el único profesional universitario especializado en el medicamento. Y también vale decir que, si el médico quiere sugerir una marca, pero no puede ponerla en la receta bien puede anotarla en la receta que le da al paciente con las indicaciones de uso. Dicho sea de paso, ya que hablamos de recetas e indicaciones, va siendo hora de que los médicos empiecen a escribir con letra legible, les preocupa que un farmacéutico cambie una marca por otra, pero nada les importa que haya que andar deduciendo lo que quiso recetar o que un pobre paciente no entienda nada de las indicaciones que le dieron por escrito. En este sentido, parece que a los “viejos sabios de la Academia” no les preocupa que el paciente termine yendo a la farmacia a pedir que le expliquen que le indicó el médico y que tal vez sea un empleado quien traduzca la receta. Para que tengan una idea de la magnitud del problema, en el año 2007, el Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos informó que solamente en ese país, la mala letra de los profesionales de la salud es la causa de alrededor de 7 mil muertes por año y de los problemas de salud de 1,5 millones de personas. Finalmente, sobre este punto, está claro que en algunas farmacias la sustitución de un medicamento tal vez la haga un empleado, pero eso no significa que sea lo que pase en la mayoría de las farmacias, como con cualquier profesión u oficio, habrá quienes lo ejerzan bien y otros no tanto, y en todo caso habrá que trabajar para concientizar a la población para que exijan ser atendidos por un farmacéutico. Por supuesto que, si como propone el DNU, banalizamos la dispensa de medicamentos y la función del farmacéutico autorizando la venta de medicamentos de venta libre fuera de la farmacia no vamos por el buen camino.

   También he escuchado y leído en algunos foros médicos que a algunos profesionales no les da confianza el precio de algunos medicamentos cuando son mucho más baratos que el mismo medicamento de un laboratorio importante. En general este razonamiento es producto del desconocimiento de los costos y métodos de producción, y en los costos de intermediación, para no extenderme mucho puedo resumir diciendo que la rentabilidad que hay para el laboratorio es enorme y algunas veces lo más barato que hay en un medicamento es el principio activo.

      Otro tema que me llama la atención es porque las asociaciones médicas que se ven tan preocupadas por los daños a la salud que podría ocasionar la imposibilidad de sugerir una marca, no reclaman públicamente ante otras cuestiones relacionadas con la política de medicamentos y que provocan un daño real en la salud pública. Especialmente por las publicidades de medicamentos de venta libre, que no solo inducen a la automedicación, sino que además muchas de ellas dan indicaciones erróneas de uso, y esto se vería agravado si se aprueba que los analgésicos antiinflamatorios y los antiácidos del tipo omeprazol se puedan vender fuera de las farmacias, lo cual crea una falsa sensación de tratarse productos con bajo nivel de riesgo. Es importante remarcar que varias de esas publicidades son auspiciadas por asociaciones médicas que obviamente reciben una retribución a cambio. Tampoco se quejan por el aumento de la cantidad de especialidades que han pasado en los últimos años, de venta bajo receta a venta libre, lo cual, como ya dije, induce a la automedicación.

Tampoco ninguna asociación se mostró opuesta a lo que para mi fue una verdadera campaña del miedo, que algunos llamaron campaña de concientización. Me refiero a la campaña pro vacunación contra el Herpes Zoster, todos deben recordarla, fue hace muy poco, resulta que en la época en que se aprobó una nueva vacuna contra el Herpes Zoster, el laboratorio productor, al no poder hacer publicidad porque solo se puede hacer publicidad de medicamentos de venta libre, armó una campaña encubierta para “concientizar sobre los beneficios de la vacunación”. No pretendo en este comentario aconsejar o desaconsejar sobre esa vacunación en particular, solo quiero decir que a nadie le pareció al menos poco ético que el laboratorio elaborador de la vacuna hiciera una campaña de vacunación apelando al miedo y posiblemente creando alarma en la población. Como me metí en este tema, para quienes quieran conocer más sobre la vacuna o están decidiendo si vacunarse o no, les dejo en el siguiente enlace el informe de la comisión de vacunas de la Sociedad Argentina de Infectología. Tengan en cuenta que quienes lo redactaron han participado en disertaciones del laboratorio productor, o sea, tal vez sean grandes profesionales y personas honestas, pero recibieron remuneraciones del laboratorio que elabora la vacuna, así funcionan las cosas y la medicina está repleta de conflictos de intereses. https://drive.google.com/file/d/1MmdnqLb2AJY7gefI3uHLknrOrAY-DNvb/view?pli=1

 

Y esto me da pie para meterme en un último punto, los conflictos de intereses y el fastidio que manifestó este médico en La Nación + cuando se sugirió que los médicos querían seguir recetando por marca porque recibían retribuciones de los laboratorios. No debería haberse molestado tanto, ya que las retribuciones por parte de los laboratorios a los médicos y a las instituciones médicas es algo bastante habitual, ocurre aquí y en todo el mundo. Y además él, que no solo fue ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires, sino también asesor científico de compañías como Coca-Cola y la farmacéutica Novartis (según consta en su biografía de Wikipedia), debería saberlo. ¿Significa que todos los médicos lo hagan, o que todas las retribuciones sean altas?, por supuesto que no, pero ocurre. Por ejemplo, hace unos años se publicó una nota en la Revista de la Asociación Médica Norteamericana (JAMA), donde se planteaba si era ético que los médicos recibieran de los laboratorios bonos para almuerzos por U$S20. Pero digamos que las gratificaciones pueden ir desde dichos almuerzos o cenas  de U$S20 pasando por electrodomésticos como aires acondicionados, a viajes con todo pago a congresos o viajes de placer por todo el mundo. Ya en el año 2007, Consumers International, la federación mundial de organizaciones de consumidores, denunció que los regalos de los laboratorios estaban afectando la calidad de la atención. El informe que se titula "Medicamentos, doctores y cenas" (marketingoverdose.org), examina las prácticas de marketing de la industria farmacéutica mundial, pero se centra en los países en desarrollo, entre los que se cuenta la Argentina, donde considera que las normas son más débiles, y agrega que hasta el 50 por ciento de los medicamentos estarían prescriptos, dispensados o vendidos inapropiadamente en los países en desarrollo. En otro artículo más reciente en JAMA se hace referencia a los pagos que reciben los médicos por parte de los laboratorios farmacéuticos en Japón, y en la bibliografía de ese artículo hay varias notas sobre las relaciones y conflictos de intereses entre las asociaciones médicas y la industria farmacéutica. También les dejo el enlace para quien quiera profundizar en el tema.   

 Pharmaceutical Company Payments to Executive Board Members of Professional Medical Associations in Japan | Clinical Pharmacy and Pharmacology | JAMA Internal Medicine | JAMA Network

   En Estados Unidos existe una página donde se puede conocer las relaciones financieras que tanto los médicos individuales como las instituciones proveedoras de servicios de salud tienen con las compañías farmacéuticas y de dispositivos médicos, la encuentran en el siguiente enlace Home | OpenPayments (cms.gov)

   Otro conflicto de intereses se da por ejemplo con las directrices alimentarias para los Estados Unidos (DGA), dicha guía es la que da los lineamientos sobre cómo debe ser la alimentación, entre otras cosas que alimentos deben priorizarse y cuales evitarse, así que es fácil imaginarse lo importante que es para la industria lo que esta guía aconseje. Es por eso por lo que tanto la industria alimenticia como la farmacéutica han buscado influenciar las directrices y para ello han tendido lazos financieros con los expertos que conforman el comité asesor que redacta la guía (DGAC). Para el período 2020-2025 el comité estaba compuesto por 20 miembros y el 95% de ellos tenía conflictos de intereses con la industria alimenticia y farmacéutica, entre ellos Kellogg, Abbott, Kraft, Mead Johnson, General Mills, Dannon y el International Life Sciences Institute (ILSI).

Está claro que una guía alimentaria fidedigna resulta de un proceso basado en la ciencia, objetivo y transparente. Fue así como en el año 2017 un reporte de la Academia de Ciencias, Ingeniería y Medicina instó al Departamento de Agricultura (USDA) y los Servicios Humanos y de Salud (HHS) que eviten designar miembros con conflictos de intereses significativos, y para divulgar más plenamente sus vínculos con la industria. Recién en el año 2023, por primera vez, USDA y HHS publicaron divulgaciones públicas parciales de conflictos de intereses del DGAC 2025, que mostraron que los miembros del DGAC tienen vínculos con grandes empresas alimentarias y farmacéuticas y grupos industriales. Sin embargo, estas divulgaciones fueron voluntarias, agregadas a todos los miembros de la DGAC, no identificaron los conflictos de cada miembro individual y solo cubrieron el último año.

En un reciente informe se recopilaron los datos disponibles públicamente relacionados con cada uno de los 20 miembros de la DGAC, encontrando conflictos de intereses. Se concluyó que 13 de los 20 miembros del DGAC tenían riesgo medio o posibles conflictos de intereses con actores de la industria. Los hallazgos incluyen:

• 9 de los 20 miembros tenían riesgo alto (8) o riesgo medio (1), conflictos de intereses con los alimentos (8), con el rubro farmacéutico (3), y con empresas o grupos industriales relacionados a la pérdida de peso (2), la mayoría de las veces en forma de apoyo a la investigación y consultoría.

 • 4 de 20 miembros tenía posibles conflictos de intereses con empresas u organizaciones alimentarias y farmacéuticas que tienen un historial de patrocinio corporativo y cabildeo en la elaboración de las directrices.

 • Determinados actores tenían vínculos con dos o más miembros, incluyendo a Abbott (4), Novo Nordisk (3), National Dairy Council (3), Eli Lilly (2) y Weight Watchers (WW) Internacional (2). 

Será casualidad que algunos miembros que participan de la redacción de la guía alimentaria tengan relación con compañías farmacéuticas que lideran el mercado de drogas antidiabéticas y para el tratamiento de la obesidad, seguramente debe ser casualidad…, la cuestión es que, con conflictos de intereses de alto riesgo aún presentes en el DGAC, el público no puede tener confianza que el consejo alimentario oficial del gobierno de los EE. UU. está libre de la influencia de la industria. En el mismo sentido podemos mencionar que Oprah Winfrey, la popular conductora televisiva de EE. UU. y una de las personas más influyentes en ese país, estuvo durante una década en el directorio de la compañía Weight Watchers, la cual abogaba por bajar de peso con disciplina, dieta y ejercicio. Ahora la empresa empezó a aconsejar medicamentos adelgazantes y si bien Oprah renunció a su cargo, hizo hace poco un especial en horario central donde informó sobre las cuatro drogas que antes se usaban solo para tratar la diabetes y ahora se usan para combatir la obesidad y aclaró que ella mantiene su peso gracias a una de esas drogas. Al día siguiente, Whoopi Goldberg, que conduce otro talk show muy popular (The View), dijo que ella también usa esos medicamentos. La demanda de los productos se disparó al punto que los medicamentos casi se agotaron. Uno de esos medicamentos se llama Ozempic, del laboratorio danés Novo Nordisk, le llaman la droga de Hollywood porque muchas estrellas la usan para adelgazar. En el último semestre del 2023 el laboratorio ganó 5266 millones de euros y su capitalización supera el PBI de Dinamarca. Tal es así que la evolución del PBI danés se analiza con y sin Novo Nordisk, si se toma en cuenta al laboratorio el PBI aumentó un 2% en el último año y sin considerar al laboratorio el PBI bajó un 0,1%.

Les dejo los enlaces donde pueden conocer más al respecto.

 

dietary-guidelines-advisory-committee-conflicts-2023.pdf (usrtk.org)

 

Conflicts of interest for members of the U.S. 2020 Dietary Guidelines Advisory Committee - PubMed (nih.gov)

 

Conclusiones:

A modo de resumen de todo lo escrito podemos concluir lo siguiente:

En Argentina casi no hay medicamentos genéricos, la mayor parte del mercado farmacéutico se basa en copias.

Solo una pequeña parte de los medicamentos cuentan con estudios de biodisponibilidad.

Se puede decir en base a la experiencia empírica (dado que el Sistema Nacional de Farmacovigilancia no funciona de manera óptima) que la industria farmacéutica en Argentina en general elabora medicamentos seguros y confiables, puede haber desvíos de calidad, pero son relativamente pocos casos y que pueden afectar tanto a laboratorios de primera línea como a laboratorios de menor relevancia.

Los médicos pueden saber que el medicamento que ellos recetan funciona, pero en general no saben si todos los otros similares no funcionan de la misma manera, de hecho y como ya lo dije, la experiencia empírica indica que en general todos funcionan.

La Academia Nacional de Medicina está en todo su derecho a emitir su opinión ante lo que considera un problema grave para la atención médica y la salud, pero resulta llamativo que no emita opinión ante otros tantos problemas de salud, ya sea que estén relacionados con los medicamentos o de cualquier otro tipo.

Los conflictos de intereses entre los profesionales de la salud, las asociaciones médicas y la industria son moneda corriente en todo el mundo, en algunos países se trata de solucionarlos o minimizarlos, aquí eso por ahora no sucede, y algunos médicos se sienten ofendidos cuando se menciona el tema.

La pregunta final es si el hecho de recetar por nombre genérico sirve para bajar el precio de los medicamentos, yo opino que ayuda, pero el mercado farmacéutico es muy complejo y hay muchas otras cuestiones para tener en cuenta, daría para otra larga discusión, lo que no se puede hacer es minimizar la posición dominante y el inmenso poder de fuego económico de las compañías farmacéuticas, que les facilita la compra de voluntades. Hace casi 60 años el presidente Arturo Ilia y su ministro de salud, el Dr. Arturo Oñativia intentaron regular la producción y la comercialización de medicamentos, la ley sancionada se llamó justamente Ley Oñativia. Luego del golpe de estado que depuso al presidente Illia, una de las primeras medidas que tomaron los golpistas fue derogar dicha ley. Algún historiador, cuyo nombre no recuerdo, dijo que en Argentina todos los golpes de estado tuvieron olor a petróleo, posiblemente así sea, pero se podría agregar que el golpe contra el Dr. Illia tuvo, además, mucho olor a medicamento.

 

      Dr. Fabián H. Lavalle

      Farmacéutico M.N. 11060 / Bioquímico M.N. 7208

      drfabianlavalle.blogspot.com

      www.facebook.com/DrLavalle/

      www.saturnargentina.com.ar

 

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